Por Diego Lafuente
Son extrañas a veces las razones por las que se te ocurren ciertas reflexiones, y más extrañas aún las que te impulsan a escribirlas y a publicarlas: os acabo de mandar una petición de un Centro Tecnológico Tunecino que está buscando a un homólogo Español para que les dé un curso de formación en metrología, y el caso es que no queda muy claro si el curso tiene que ser en Francés o puede ser también en Inglés o en Español, pero lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido: seguro que en los Centros del Norte (País Vasco, Navarra, Aragón y Cataluña) hablan todos Francés. Sólo porque están cerca de Francia. Y no sé si esto es verdad o no (podemos incluir el “Número de Investigadores de hablan Francés” en la próxima encuesta de indicadores), pero lo cierto es que las fronteras entre dos países siempre son curiosas. Tanto en Tijuana como en San Diego se habla una especie de Spanglish en el que se le dan indistintamente patadas al diccionario inglés y al español. Es más, los gorros son como de beisbol, pero con ala ancha. Y comen tacos con hamburguesas. Y beben submarinos de tequila en pinta de Budweiser. Y aceptan tanto dólares como pesos. Esto ocurre en infinidad de fronteras, pero casi nunca en islas. No creo que haya nadie más en el planeta que hable Islandés, salvo los propios islandeses (y seguro que no todos) y algún oso polar despistado. O el Corso, o el Gaélico. O el hebreo, porque Israel es una isla, aunque no esté rodeada de mar. Mención aparte merece, por supuesto el inglés, que salió un día de una isla en un barco velero y desde entonces lo tenemos hasta en la sopa. Pero ésta es (junto con el Español) la gran excepción.
Esta permeabilidad se observa en cualquier sitio donde se juntan dos o más heterogeneidades: en Palma de Mallorca los propios mallorquines empiezan a entender algo de alemán, y en el barrio madrileño de Lavapiés, las señoras que habitan las corralas salen a la calle con sus sillas de tijera a celebrar en Año Nuevo Chino, y los chinos se visten de chulapos en San Isidro. Es decir, que a pesar de la era de la información en la que estamos inmersos y de la cantidad de herramientas de las que disponemos para comunicarnos remotamente, la cercanía física sigue aportando cosas que las tecnologías no son capaces. Somos más permeables, más impregnables de lo que nos rodea físicamente que de lo que nos rodea virtualmente. Y en tecnología hay muchos ejemplos de esto: Silicon Valley es lo que es en parte porque en los mismos cientos de kilómetros cuadrados, hay universidades técnicas, de negocios, de derecho, centros tecnológicos, empresas y capital. Y es importante que estén allí, juntos, porque así comen juntos, juegan juntos al béisbol y se toman cañas juntos por la noche. El hecho de estar juntos hace que se conozcan, que adquieran confianza, que compartan experiencias y que al final acaben trabajando juntos y siendo más eficientes en el aprovechamiento de las sinergias que van encontrando. Y donde pone “Silicon Valley” podemos poner también “Boston-Cambride” en la costa Este americana o incluso “Bangalore” en India.
No sé exactamente cuál es la moraleja de esta reflexión, pero está claro que cuando juntas físicamente a personas con diferentes talentos, experiencias e inquietudes, esos talentos experiencias e inquietudes parecen permear de una persona a otra y enriquecer a ambas. Cuando concentras excelencia de diversos tipos en un mismo espacio físico, esta excelencia se enriquecerá mutuamente, atraerá más talento, capital, y al final riqueza. Y creo que ésta es al menos una de las ideas que está detrás de los Parques Científicos y Tecnológicos y detrás de programas como el de los Campus de Excelencia del Ministerio de Educación. Y éste es sin duda el leiv-motif que nos impulsa a organizar desde Fedit los Encuentros de Investigadores que hacemos cada año.
Así que sigo sin saber cuál es la moraleja de esta reflexión. Igual no tiene. Lo que está claro es que salir fuera, mezclarse, juntarse, moverse e intercambiarse con otra gente que tiene talentos y experiencias diferentes (aunque no tengan nada que ver con las tuyas), siempre es bueno. Porque seguro que te impregnas de algo, y seguro que eso, de una manera o de otra, enriquece tu existencia.