Reforma de la enseñanza: meta de las políticas científicas y tecnológicas

Por: Iñigo Segura

No sé si estamos en medio de la crisis, si todavía nos queda algo o mucho que perder, si viviremos un largo periodo de carencias o si está a punto de empezar la recuperación, todo medido de la forma socialmente más relevante, es decir, el empleo.

Por el contrario, sí parece que se ha alcanzado el consenso sobre que es necesario poner en marcha cambios, bien para acelerar nuestra recuperación o para evitar un colapso total.

Y es que en España (y, aunque en menor medida, en gran parte de Europa) nos gusta mucho «pensarnos bien las cosas» y esperar que lo irremediable nunca llegue. Pero, supuesta una voluntad real de cambio, ¿qué es lo que podemos hacer desde la perspectiva de las políticas científicas y tecnológicas? Nuestro futuro a largo plazo dependerá casi exclusivamente de la calidad de nuestro sistema educativo.

Y por ello resulta interesante observar la diferencia entre el enfoque de la enseñanza en Estados Unidos y en Europa, y el elevado aspecto práctico del sistema educativo americano con respecto al europeo y, por supuesto, al español.

Más práctica, menos teoría

Como me explicaba un profesor de una universidad americana que ha pasado una larga temporada en una universidad danesa, mientras él dedicaba pocas horas a explicar el contenido de la materia y muchas a debatir con los alumnos las implicaciones de lo aprendido y a explorar nuevas ideas, sus colegas daneses dedicaban la práctica totalidad de su tiempo a lanzar extensos monólogos.

El sistema de ciencia y tecnología debería asumir dentro de sus funciones una nueva: participar en el proceso formativo enseñando a aplicar el conocimiento que van adquiriendo para resolver problemas concretos del día a día o a inventar nuevas soluciones para problemas actuales.

Sólo de esta manera serán capaces de imaginar nuevas aplicaciones y soluciones y de ponerlas en marcha actuando de palancas del cambio en nuestras empresas.

En este sentido, me permito una pequeña reflexión acerca de las tres misiones de la universidad. Es curioso que la National Science Foundation (NSF) americana establezca como un criterio fundamental para subvencionar proyectos de investigación el grado de participación en los mismos de estudiantes y la contribución del proyecto a despertar en ellos la excitación del descubrimiento enriqueciendo la investigación mediante la diversidad de perspectivas de aprendizaje (NSF Grant Proposal Guide).

Relación empresa-universidad

En una reciente visita a Estados Unidos, tuve la oportunidad de mantener una larga reunión con el profesor Barry Bozeman en Athens, Georgia. Me comentó que sus investigaciones habían revelado que en esa envidiada estrecha relación existente entre las empresas americanas y la universidad, las compañías básicamente buscan una sola cosa: acceso a estudiantes muy preparados capaces de liderar el cambio tecnológico y la innovación en sus firmas.

Los hechos demuestran que la misión más importante de la universidad es y seguirá siendo la enseñanza, y que una incorrecta interpretación de las dos nuevas misiones, la investigación y la contribución al desarrollo económico de su entorno, corre el riesgo de llevarle a una pérdida de identidad si no entiende su profunda vinculación con la misión exclusiva, original y realmente esencial: la enseñanza en un sentido amplio, universal.

Formación e investigación

La investigación y la contribución al desarrollo económico deben entenderse, por tanto, como dos nuevas formas de ampliar su misión esencial: la de formar a los líderes del cambio y progreso, tanto social como económico, de nuestro país. Así es como lo entiende la NSF en Estados Unidos al financiar proyectos de investigación y así es como lo entienden las empresas americanas que mayor valor les puede aportar la universidad.

Las dos nuevas misiones de ésta no hacen más que mostrar el camino por el que ampliar la primera: la investigación debe orientarse a despertar el interés por conocer en los estudiantes, que aprendan a utilizar el conocimiento que se les enseña para explorar nuevas formas de aplicarlo o nuevas ideas que ayuden a conocer mejor la naturaleza que nos rodea, y su formación debe orientarse a maximizar su capacidad de generar riqueza en la sociedad proporcionando talento a nuestras empresas.

Escuelas de oficio

Como le decía a un responsable de innovación de una comunidad autónoma española, cuando se quejaba por el reducido número de contratos de investigación de sus universidades financiados por empresas y, por tanto, del escaso éxito de sus OTRI (Oficinas de Transferencia de Resultados de Investigación): «La transferencia de conocimiento a las empresas más importante y fundamental de tus universidades se produce cuando, terminada la carrera, los estudiantes se colocan en las empresas»; la pregunta es: ¿cómo de bien les ha preparado la universidad para liderar el cambio en las mismas y permitirles competir en los cada vez más complejos mercados globales? Recuerdo cuando terminé mi carrera, al salir de mi Escuela, tras recoger el título, que un industrial me dijo: «Ahora es cuando vas a aprender de verdad lo que es la ingeniería». Mientras me dirigía a mi casa, pensaba: ¡vaya por Dios! ¿No era para eso para lo que me he pasado seis años en la Universidad?

Muchos responsables de nuestras universidades se quejan de nuestras empresas, de la poca relevancia que dan a la investigación y al desarrollo tecnológico. Tengo la sospecha de que si intercambiásemos todo nuestro tejido empresarial por el de Estados Unidos no mejorarían sustancialmente las relaciones universidad-empresa en España. Por cierto, ¿dónde estuvieron los que dirigen y trabajan en nuestras empresas cuando tenían entre 18 y 24 años?, ¿dónde están ahora muchos de los que dentro de unos años dirigirán y trabajarán en nuestras empresas?

Considero que existen magníficas instituciones, como los centros tecnológicos, que estarían dispuestas a ayudar a dar ese contenido práctico a la enseñanza universitaria mediante el establecimiento de fuertes vínculos entre ellos y la Universidad y siempre que se reconozca el valor que el Centro Tecnológico puede aportar fomentando su participación en la propia definición de programas de grado y postgrado.

Aunque creo más en la iniciativa individual que en el imperativo legal como mecanismo impulsor del cambio social, una nueva Ley de la Ciencia y la Tecnología es una oportunidad que no debemos desaprovechar para asentar el papel fundamental de la investigación en la enseñanza.

Iñigo Segura, director general de Fedit.

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