Por: José María Guijarro
Subdirector del Instituto Tecnológico de Óptica, Color e Imagen (AIDO)
Doctor en Economía
La innovación produce efectos extraordinarios sobre la actividad económica y resulta crucial para el crecimiento a largo plazo de un país, ya que estimula la productividad y la competitividad de las empresas, permitiendo así una disminución de los precios de los bienes y servicios finales que ofertan. Además, las innovaciones realizadas en un sector aumentan indirectamente la productividad del resto de sectores. A nivel empresarial, la innovación puede traducirse en mejoras de calidad o en una mayor diferenciación de producto, lo que les permite incrementar su valor añadido.
La mayoría de los estudios coinciden en que hay una serie de factores que inciden directamente en la capacidad de innovación empresarial de cualquier economía. Entre ellos, destaca la productividad. Aunque en España el sistema innovador ha mejorado cuantitativamente en los últimos años, aún se encuentra a una distancia considerable de sus homólogos europeos que, a su vez, distan mucho de países punteros como Estados Unidos o Japón. El problema radica en el escaso crecimiento de la productividad empresarial.
A pesar de que en España el número de horas laborales se asemeja al de la Unión Europea, se calcula que la productividad por empleado y hora es un 30% menor que en Estados Unidos situándose, junto a Portugal, a la cola de los países europeos. La solución no es fácil, pero seguro que pasa por una mayor inversión en I+D+I, en las TIC’s y en formación. Otras medidas serian eliminar las barreras de entrada y salida del mercado, fomentar el espíritu empresarial, flexibilizar el mercado laboral, adaptarse a un entorno que se transforma y ajustarse a las exigencias europeas.
La principal dificultad estriba en que el empresario no entiende lo que implica la innovación, considerándola un riesgo en lugar una inversión de futuro. Esta percepción se acentúa cuando en los negocios se tiende a una visión a corto plazo, hay dificultades para financiar este tipo de actividades y se polariza hacia la obtención de beneficios.
Independientemente de la actividad o el sector al que una empresa esté dirigida, sólo caben dos aptitudes: o ser proactivo-pionero o ser reactivo-seguidor. Evidentemente, los beneficios para el líder serán mayores pero también el riesgo que corre. Mientras, el seguidor se favorecerá del conocimiento del pionero innovador para no incurrir en los mismos errores y así disminuir los gastos de puesta en marcha, aunque también serán menores sus beneficios netos. Pero, al margen de la postura que adopte una empresa, todas tienen cabida en la esfera global de la innovación.
Al reflexionar sobre la innovación hay que tener claro que no se trata de una herramienta de futuro sino de una necesidad empresarial del presente. Aquellas organizaciones que consiguen mantener y explotar nuevas ideas, también son capaces de obtener ventajas competitivas utilizando fuerzas intangibles tales como las alianzas estratégicas y la gestión de la innovación. Estos valores son difíciles de copiar pero también de medir. Estamos inmersos en la “era de la imaginación” y esto implica que si una empresa no está preparada para cambiar, se tendrá que conformar con quedarse rezagada.
Recuerdo una frase del poeta mexicano Amado Nervo que decía algo así: “¿Por qué aguardas con impaciencia las cosas? Si son inútiles para tu vida, inútil es también aguardarlas. Si son necesarias, ellas vendrán, y vendrán a tiempo”. Es tiempo de nuevas ideas, es tiempo de innovar.